Disquisiciones respecto de la ciencia, la posverdad y el futuro
Diego C. Blettler y Guillermina A. Fagúndez
Resumen
La ciencia no es, como suele pensarse, una construcción moderna. No nace en 1637 cuando el filósofo francés René Descartes publica su “Discurso del Método” (aunque este texto sentara las bases para un abordaje metódico de los problemas). Tampoco reconoce origen en la antigua Grecia, si bien en esos tiempos vivieron inmensas figuras del pensamiento universal; ni siquiera es originaria del antiguo Egipto, aunque la evidencia muestra faraónicas construcciones que sin lugar a dudas necesitaron de respaldo matemático y capacidad de abstracción para sus cálculos estructurales.
Sin desconocer ninguno de los hitos anteriores, ni muchísimos otros aportes científicos fundamentales que vieron su nacimiento en diferentes períodos históricos, se puede afirmar con toda probabilidad que la ciencia -como estructura lógica de representación e interpretación y como método de discernimiento- es mucho más antigua. Al respecto, antes de la revolución neolítica los antiguos cazadores y recolectores necesitaron reconocer huellas, asociarlas con tal o cual animal, datar su procedencia y predecir el momento y lugar indicado para proceder a su caza. Para una cacería exitosa resultaba necesario considerar la dirección de los vientos y la posición del sol que, apropiadamente utilizadas, le conferían al primitivo cazador invisibilidad (visual y auditiva) frente a sus presas, a fin de llegar hasta ellas sin ser descubierto. Otro ejemplo lo constituye el uso de proyectiles (piedras, lanzas o palos con punta) como evidencia sólida de tecnología del paleolítico temprano, que se demuestra, por ejemplo, en los hallazgos de lanzas de madera en Schöningen, Alemania (Thieme, 1997). Evidentemente la construcción de estos artilugios tecnológicos implicó observación, prueba, error y diferentes consideraciones y
análisis (método científico), hasta dar finalmente con objetos que fueran livianos, punzantes y efectivos para la caza. También a nuestros ancestros les fue invaluable el uso del fuego, que necesitaron dominarlo y para cuyo fin forzosamente debieron ensayar con diferentes leños (más grandes, más chicos, de diferentes especies vegetales, etc.).
Por estas y otras muchas razones es posible afirmar que el ser humano es originalmente tecnológico, naturalmente científico. Este tipo de pensamiento crítico, que contrasta ideas con hechos, conforma entonces una de las características más genuinamente humanas; el pensamiento científico es inherente al mismo, indisociablemente constitutivo de Sapiens desde sus orígenes.